Si deslizo mi dedo...

Soy tutsipupu y antes que lamegüevos, soy una lamepezones.
Y me gusta meterlos a mi boca, como buscando el chiclocentro, aunque eso pudiera parecer más bien, que hablo de otro miembro.
Si cierro los ojos, toco; si abro la boca, lamo; si tomo, flojita y cooperando.
Y cuento lunares, y los sigo con mi dedo, como dibujando un mapa, como trazando un espectro.
Abrazo la almohada, pero en ocasiones otras, la muerdo.
Tengo la lengua larga, no sólo para hablar y decir pendejadas, sino también para atravezar, para meterla, para sacarla, para angustiar, para hacer gozar.
El que tiene más saliva, no sólo traga más pinole, resbala más mejor.
Un dedo, dos dedos, tres dedos, ahora mete la lengua y empuja.
La carne que se golpea, una con la otra, el pelvis que va contra las nalgas, la nariz que se humedece y resbala, la boca que succiona y besa, el dedo medio que se vuelve loco, porque una libra de cadera, no es cadera.
El cuerpo humano como el mar, te hundes, te sumerges, rozas, te ahoga, te abraza, te colapsa, te avienta, te mueve, te moja, te hace sangrar, te golpea, y si ya no puedes más, te hundes con las sirenas, o despiertas a fuerza de respirar por otra boca.

Y así.