Dolores

Buscaba una aventura, hacerse el poderoso y posarse sobre alguien como el más fuerte. Esas ansias sexuales de violar a alguien y humillarlo en la cama. Era una lujuria desenfrenada, pasional, violenta.

Tomó el volante y salió en busca de la prostituta que conjugara un esplendido cuerpo y un precio barato. Llegó a una de las tantas esquinas de Tlalpan donde se mostraba galante y sensual una mujer. El precio era razonable y sus curvas espectaculares, se llamaba Dolores pero prefería Lola. Tenía senos y nalgas firmes, abdomen plano y una cara que denotaba femineidad. A toda prisa se cerró el trato y ella subió sin escrúpulos al automóvil. A toda prisa manejó al hotel más cercano con la intención de hacer lo que quisiera de la manera más violenta posible.

Llegó al hotel y todo ocurrió sin percances. En el cuarto, excitado, empezó a desnudarse, y ella a desvestirse. El tenía una erección impresionante y lo primero que haría sería penetrarla por el ano lo más fuerte posible y escucharla aullar de dolor. Sorpresa la suya cuando vio la erección de ella deslumbrar la habitación al quitarse aquél artificio que mantenía su pene escondido.

Asustado explicó que él no se movía en esa corriente. Él se mostró intransigente y sacó un revólver. Ahora te aguantas- y a punta de pistola, lo penetró y gimió disfrutando mientras el otro lloraba.

Horas después, él se había ido y el otro quedado, sangrando en las sábanas, gimiendo de dolor.