Hola, Gaycolectivo! Yo soy Saline, autor de “Odio el tomate” y soy el invitado de Xellif en ésta semana. Después de un intensísimo debate del que casi no salimos vivos por fin llegamos a elegir un tema; decidimos hablar de algo que a todos nos pasa, a algunos muy feo, a otros más leve, pero siempre, sin excepción, y esto es enamorarse de un heterosexual.
Y es que, seamos francos, ¿a quién no le ha pasado? Vamos, levanten la mano todos los que hemos caído en esa trampa. Veo que todos la alzaron… Bueno, hablo de la gente que vive en mi mente, pero estoy suponiendo que en la vida real el efecto fue el mismo.
Esto ocurre sobretodo en la adolescencia, esa época en la que aún se piensa que los niños sólo se pueden juntar con los niños y las niñas sólo con las niñas, y quién se atreva a romper este sagradísimo mandamiento de joto/torta no baja. Pero, ¡oh sorpresa! Esa etapa coincide con la etapa donde nos damos cuenta de que nuestros cuerpecitos prepubescentes reaccionan con las feromonas de los niños y no de las niñas. Como es normal, los chavitos se sienten confundidos y buscan esconder su pequeño problema. Bueno, no soy Químico (aún), pero eso a mí me suena a problemas.
Obviamente yo viví eso cuando aún era un pubertito de secundaria: fue horrible, doloroso e incluso llegué a ser parte de la minoría de la que Nerdest y Becky recién hablaron. Pero tuvo algo bueno: sólo las personas allegadas a mí se enteraron de qué sucedía.
Así que haré un leap temporal hasta mis años de prepa, cuando ya todo mundo sabía de mi jotería. Resulta que para esa época fui a enamorarme de uno de mis amigos, cuyo nombre clave será Wero. Y no sólo me enamoré, si no que literalmente me traía babeando el chico. Hacía de todo por él, le llevaba comida, jugaba con él, en cuanto acababan mis clases iba corriendo a su salón…
¡Pero resulta que no sólo a mí me gustaba! Hubo un grupito de chicas que también se dedicaba a revolotear entorno suyo. Obviamente, cada uno intentó defender lo que proclamábamos territorio nuestro, por lo que rápidamente empezó la guerra de intrigas entre los pretendientes, llegando a la destrucción de unas cuantas amistades.
Sí, estábamos locas por él. Para no hacer largo el cuento llegó un momento donde todos “superamos” al Wero, cada quién con su forma muy especial… Bueno, la mayoría lo superó de verdad, pero yo, que soy tan inteligente, no me cansé de demostrarle lo mucho que lo había superado, qué tan fuerte era ahora… Sólo para luego volver a derretirme en sus brazos…
Definitivamente fueron meses negros para mí, sobretodo por que el hetero en cuestión no fue tan amable como para decirme “No, putito, no”, si no que siguió dándome alas, y más alas, hasta que llegué bien arriba…
Entonces abrí los ojos. Y me di cuenta de lo mucho que me había humillado todo este tiempo, lo mucho que sacrifiqué de mí y todo, ¿para qué? Para volverme la comidilla de la escuela (“Sí, ese Saline se la pasa en baba por Wero que nunca le va a hacer caso”) y para que, un día, de buenas a primeras, Wero apareciera con novia (maldita zorra desgraciada… Lo bueno es que ya lo superé, ¿eh?)
Pero bueno, eso fue hace dos años. Él sigue con su novia desde entonces y yo sigo intentando demostrarle que soy mejor que él (vienen a mi mente unas líneas de Vicente Quirarte que dicen “Temibles, los dolidos: el orgullo de estar muriendo en vida los hace arrasar con todo”). Poco a poco lo voy superando, día por día. Aunque puede parecer que me fue mal, esa experiencia me hizo madurar muchísimo; gracias a él soy la persona que soy ahora. Duele aún, sí, la memoria es una tumba perpetua. Pero voy sobreviviendo.
Paso a dar mis conclusiones porque esto parece ya un testamento. Definitivamente, enamorarse de un heterosexual es algo que a todos los jotitos nos va a pasar en nuestra vida. Los más grandecitos leerán esto y dirán “Jeje, no estuve tan jodido” o “Yo saco el tequila, tú pon las rancheras, emborrachémonos juntos”. Si hay algunos más jóvenes, pensarán “No mames, ¿eso me va a pasar/eso me está pasando?”
Creo que esto es una especie de “iniciación ritual” que todos debemos enfrentar una o varias veces en nuestra vida. Nos hace más fuertes; nos prepara para que, después de eso, ya podemos llegar al gran mundo gay, donde hay muchos hombres y mujeres (dependiendo de los gustos) escasos de ropa dispuestos a curar nuestras heridas. Está ahí para que podamos decir “Sí, yo pasé por eso, y es normal” y creo que es de las pocas cosas que nos dan unidad como homosexuales: Nosotros pasamos por eso, los bugas no.
PD: El título viene de un libro de Vicente Quirarte. Si tienen oportunidad de leerlo (o de leer cualquier cosa de él), ¡háganlo! No se arrepentirán. Todo él tiene el sello Saline de calidad :D