Mi primer contacto con el mundo gay, tal vez no fue por alguien homosexual –al menos jamás supe con certeza si era o no homosexual. Era un compañero cuyo padre murió cuando estábamos en quinto de primaria, y quien convivía con sus hermanas mayores la mayor parte del tiempo. Era de esperarse que fuera ‘afeminado’ y era también de esperarse que la gente lo tachara de gay. Los según muy machos no lo molestaban, pero era evidente que no aceptaban esto. No lo molestaban porque era amigo de todas las niñas de la primaria, y en los inicios de la pubertad eran lo suficientemente inteligentes –o lo aprendieron a base de golpes- como para saber que para ligarse a las niñas, tenían que estar en buenos términos con el mejor amigo de las niñas. Pero este era un caso especial. El llamar gay, homosexual o el famosísimo ‘puto’ –que hoy en día me hierve la sangre y cuyo significado tiene para mi otras connotaciones y que he de admitir con cierta pena que lo he usado despectivamente- eran insultos comunes en susodicha escuela. Varias veces fui objeto de ellos, y varias veces lo usé. Todavía hasta hace unos dos años mi hermano todavía me decía ‘puto’.
Así pasaron mis años de primaria y secundaria, creyendo que el decirle a alguien que es homosexual era la máxima expresión que un insulto podía tener. ¡Qué ciego era yo en ese entonces! Mis últimos seis meses de secundaria los hice aquí en el DF, donde había un chavo llamado Samuel que él sí era abiertamente gay, y uno que otro afeminado pero no abiertamente gay. Nunca hablé mucho con él, pero convivir en el salón de clases con él, ver que era en proporciones físicas más alto, más fornido, con más barba y si no mal recuerdo, una voz que si no hubiera tenido la entonación que algunos gays hacen, seguramente mucho más varonil que la mía. He de confesar que rompió mi paradigma y seguramente si hubiera sido homofóbico extremo, el intentar pelearme con aquél gay al cual nunca conocí a fondo –y que hoy me arrepiento, sin que se mal piense-, hubiera sido una verdadera estupidez.
Llegó la preparatoria e ingresé a lo que hoy sé es una escuela con un gran porcentaje en población gay, Prepa Seis. Aquí es donde comienza lo que realmente quiero relatar.
Fue en cuarto cuando conocí a uno de mis mejores amigos de la prepa al cual hoy no he podido ver muy seguido por falta de tiempo de los dos, contratiempos y demás cosas que conlleva el estudiar una carrera en diferentes facultades. Íbamos en el mismo grupo y él era uno de los que se hacían destacar más. Intentaba llevarse con todos y eventualmente terminamos platicando y conviviendo. Al principio sólo sospeché que pudiera ser gay y me caía bien aunque a momentos me desesperaba que fuera tan alegre –verdaderamente era un idiota- y que se hiciera notar tanto. Hoy sé que eso sólo era un reflejo de mis propios complejos.
Un día, cierta amiga me confesó que le había confesado mi amigo que él era gay, y me dijo que “tuviera cuidado si yo no bateaba para ese lado”. Nos distanciamos un poco, el grupo de amigas con el que yo me juntaba no lo tragaban por las mismas razones que yo y al poco tiempo le empezaron a llamar ‘maricarmen’ –no recuerdo si cínicamente y directamente a él o sólo para saber quién era en sus conversaciones. Al poco tiempo, tuvimos una discusión mis amigas y yo de la cual hoy me arrepiento como de mis pecados y terminé juntándome más con él y otra amiga. Nos volvimos los tres casi inseparables, pues era miembro ‘DIS-TIN-GUI-DO’ de la sala de armas que no era otra cosa que un nido de gays de closet y por andar en tal lugar, no convivía tanto como debí con ellos. Nos volvimos muy amigos él y yo. Empecé casi inmediatamente a dejarme llevar por su mundo alegre. Empecé a jotear como se le llama comúnmente y la gente muchas veces por ello me confundió por gay –todavía lo hacen. Hacíamos locuras, platicábamos reíamos y hacíamos concursos de ver quien se acercaba más al otro en tono de darse beso y ver quien se retiraba primero. Siempre ganaba yo.
Así pasó un año y medio. En ese año y medio aprendí a convivir con un gay y a romper parte de mi paradigma. Pero luego vinieron tiempos de retroceso. En quinto de prepa, a mediados, había yo terminado con mi primera novia, y hubo una polarización de grupos sociales y sentí que mi mejor amigo se había aliado con mi ex-novia. En ese entonces empecé a llevarme con otro chavo que era casi una loca. A diferencia de mi primer amigo, él se me encimaba –todavía lo hace-, me daba unos arrimones y me intentaba manosear. Pero no tenía el síndrome de hacerse notar con su personalidad gay. Simplemente hacia las cosas gays por que así era como a él le gustaba manejarse.
A este segundo amigo no le caía bien el primero. Todavía no se caen bien si no me equivoco.
Hicimos una obra de teatro con otras personas y estuvimos los tres juntos con el resto del grupo. Pero como mi primer amigo y yo éramos actores, y el segundo amigo era el director, teníamos mucho más contacto. Las cosas se complicaron, la polarización de Diego –mi primer amigo- y yo era cada vez mayor y empezaba a llevarme mucho más con Ferreira –mi segundo amigo-. Dejé llevarme por las ideas de los demás y regresé a donde había empezado. Alguna vez lo insulté diciéndole puto en un coraje y una de mis etapas de estupidez. Me arrepiento de ello y creo que las disculpas que le pedí no fueron nunca suficientes.
Mi contacto con el mundo gay fue aumentando. Varios amigos míos eran gays. Tenía conocidos gays y había muchos desconocidos gays que se besaban en los pasillos. Era un mundo donde era algo normal y uno terminó aceptando que era un genuino estilo de vida. Muchos amigos incluso salieron del closet -tal vez por moda- y en sexto me enteré que el mejor amigo gay de mi primera novia tuvo asuntos con el ex-novio de mi última novia. Era imposible no tener ese contacto.
Sin embargo, el reto fue con Diego. Era común que la gente lo molestara y mi estupidez me llevaba a seguir la corriente. No fui yo el que cambió las cosas sino él que me buscó para enmendar las cosas. Empecé a salir con alguien a quien hoy en día considero mi mejor amiga y cuya historia es demasiado extensa para escribir en este post. Diego empezó a llevarse con ella y esto me hervía la sangre. Todavía tenía el rencor y varias veces me había puesto -estúpidamente- celoso de él cuando convivía con mi primera novia pues se abrazaban mucho y hacían pantomimas de que se daban agarrones. Lo mismo pasaba esta vez con mi nueva novia pero con menos énfasis en lo último. Al cabo del tiempo, ella y él empezaron a llevarse muy bien y tuve que forzarme a convivir una vez más con Diego. Empezamos a platicar más seguido y relajado.
Tiempo después me confesó que él uso esa estrategia a propósito para volver a tener contacto conmigo y se lo agradezco en el alma. Gracias a él pude reconocer muchos de mis errores, de mis prejuicios y aceptarme como soy. Él fue todo un reto en mi vida y contacto con el mundo gay. Si bien nunca me ha contado sus asuntos con la gente que ha andado, ni jamás se me ha insinuado de maneras descaradas como muchos otros lo han hecho, sí fue la persona que más en contacto me puso con este mundo gay.
Hoy en día no hemos podido platicar y yo me he distanciado, pero no porque no acepte su homosexualidad ni porque me castre su actitud, sino porque la vida no ha sido tan amable como para que nos reunamos tan seguido como deberíamos hacerlo.
La verdad es que pronto pienso hablarle, pues jamás le he agradecido lo que me ha brindado, ni haber sido una parte tan importante en la manera en la que veo el mundo el día de hoy. Próximamente le daré las gracias que se tiene merecidas aquél gran amigo.
-Dedicado a Diego Arturo Zepeda Cuevas
Andrés Sierra Gómez Pedroso
12 de marzo de 2009
8 comentarios:
Noemí dijo...
entonces tu no eres gay, verdad?
jajaj qué cosas!
Ese diego es todo un personaje, no crees que esté enamorado de ti o algo así?
18 de marzo de 2009, 18:07
ge zeta dijo...
A veces juzgamos más a la gente, pero con todo no nada más con la sexualidad, pero al quitarnos esos prejuicios nos damos cuenta de lo ciegos que somos para muchas cosas.
Me gusta mucho tu forma de pensar, sin etiquetas, nombres y cosas así.
Saludos
18 de marzo de 2009, 19:57
Juanitos Blog dijo...
Que honesto. Y que bueno que conociste este mundo y no lo discriminas.
18 de marzo de 2009, 20:02
Anónimo dijo...
no es por nada, no es que sea algo malo, pero pense que solo era yo la que pensaba que en la prepa 6 hay muchos gays :O
18 de marzo de 2009, 21:44
Fire_tony dijo...
¿Te habías dado cuenta de que dijiste 42 veces la palabra gay?
Eso es lo más gay que he leído en mi vida... sí, no había leído esto. Ahora me debes un cartón, unos tacos y unas pilas recargables.
19 de marzo de 2009, 23:41
Jack dijo...
Yo digo que hay que decirle "puto" a todo el mundo, con cualquier pretexto. "¿Qué onda, puto", "que puto me saliste", "no seas puto e invita la chela". Pero cuidado, también hay que usar las mismas frases con los homosexuales, sin distinciones. ¿Se han fijado que a los gays casi nadie les dice "qué onda, puto"?
El objetivo de esta práctica que propongo es despojar al término puto de sus connotaciones "homosexuales" y volverlo algo así como "wey". Así acabaríamos con el "insulto" más fuerte que se profiere a los homomsexuales.
4 de abril de 2009, 23:09
Alberto dijo...
aaay! esto estuvo tan bonito!!
=/ no tengo palabras...
7 de abril de 2009, 3:45
Anónimo dijo...
Alberto dijo...
aaay! esto estuvo tan bonito!!
=/ no tengo palabras...
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Joto!
9 de septiembre de 2009, 2:45
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