Instrucciones de lavado

jueves, 10 de septiembre de 2009

Se me dijo que hoy no han tema, por lo que les invito a leer este 'cuento corto' que he preparado para ustedes, cuando aún no los conocía pero ya sabía que existían (les paso los kleenex si gustan).

Mejor en un fin de semana, me dijiste antes de colgar. No sé si lo que escuché después fue una risita de complicidad o era parte de un mal chiste. Dejé caer el brazo, pesado, como todo mi cuerpo, cual largo era en el sillón. Cerré los ojos y volví a sentir esa necesidad. Recorriendo mi cuerpo, violentando mi cabeza, violando mi corazón.

Sentí las embestidas, una tras otra. Una después de otra, y las demás sin siquiera esperar a que terminara. Golpeaste mi cara tan fuerte esa vez, que aún sentía mi piel pegada a tus nudillos. Me prometiste que no habría más. Que no sólo querías mi sexo sino también mi amor. Te dije que no podía quedar en tal cosa, que no había trato. Que mi cuerpo no era mío y mucho menos tuyo. Te reíste, y aplicaste hielo sobre mi carne machucada.

Nos viste en esa fiesta, yo me acomodaba el pantalón mientras él encendía el cigarro. Le invitaste una cerveza y le dijiste que yo era tu mujer, volteaste a verme mientras lo abrazabas y yo te escupí en la cara. Quebraste la botella en mi cabeza. No fue mi culpa, tú me provocaste. Te dijo que no quería que te volvieras a acercar a mí. Le mostraste el puño.

Cuando llegamos a la casa me llenaste de besos, me tocabas y te frotabas contra mí. Y yo lloraba en silencio. Pasaste tu dedo por mis lágrimas y luego lo metiste tan dentro, tan profundo, tan… tú.

Lo mejor sería no hacerte caso, lo peor sería hacerte entender. Que no eres tú, que no soy yo. Que no me bastas, que no te lleno. Me mudé a su casa, hacíamos las compras y veíamos películas en la sala. Los domingos venían de visita sus padres y nos vestíamos como para ir a misa. Siempre nos decían que nos casáramos. Pero él nunca lo pidió.

Ella vivía frente a nuestro departamento, en la tarde salía a pasear a su perro. Un día le dije no tengo amigos, y tú tienes un perro. Ella sonrió y me invitó un café. Platicamos por horas, tomaba mi mano, me miraba a los ojos y decía que podía leer mi tristeza.

Yo la invité a leer la etiqueta de mis pantis.

8 comentarios:

«j·m·p...» dijo...

no sé… sólo podría decir “aowwwwwwww” por el último párrafo y la última linea… lo demás está feo u__u



Anónimo dijo...

no entendí.

caro.



Tania8a dijo...

Yo si entendí y me gustó mucho tu relato.
En especial dos frases:

Dejé caer el brazo, pesado, como todo mi cuerpo, cual largo era en el sillón.

Yo la invité a leer la etiqueta de
mis pantis.

Saludos!

Robotania



B. dijo...

Osh, osh, osh, yo vengo aquí a defenderte.

Yo también lo entendí y me gustó la fuerza de cada frase y eres una excelente adición para Gaycolectivo y te mereces mil comentarios más y soy tu fansss y ya.



Kathya dijo...

jajaja que chido!!!!

me gustó, me gustó!!!

no dudo que suceda en la vidarial >__<

TE QUEREMOS TUTSI TE QUEREMOS!!!!!!



Noemí dijo...

está con madreeeeeeeeeeeeee!!

entiendo eso de las relaciones destructivas un poco.. 8-)



Alta Gracia gay dijo...

Me encantó...

Visitá: altagraciagay.blogspot.com



Brryanda dijo...

Me parece que es un poco confuso, pero está chido... y sí, se la lleva la última frase.

Me gustaría que me invitaran de ese modo, diciendome que lea las etiquetas de sus pantis. snif.